Cultura

Con tener talento no te alcanza: La hermandad de la uva y de la carne

El maestro Marcelo di Marco trae una nueva lección de escritura, en este caso, a partir de un texto de Juan Pablo Arrufat, para analizar cómo las palabras pueden "alterar el estado de consciencia del lector".

Por Marcelo Di Marco

A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, almibaraba de rojura la brillante superficie de una nueva pastafrola de Daniela, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.

¿Le gustaría mostrarme ya mismo el texto de Juan Pablo Arrufat que me debe, máster? —sugiriole, una vez instalado en su pupitre.

—Con todo gusto, querido Pukkas, y a ver si descubrís en esa primera versión cuatro palabras consecutivas que más le tocan “decirlas” al lector que al autor. Aquí va:

El parto fue horrible, entre las piernas de Myriam Cafure empezó a aproximar unas patas de cabra.

Lo que le salió de adentro era un bicho de esos de los libros de mitología, patas de cabra, cuerpo de humano, cara de chivo, con ojos negros y malignos, y esas astitas a medio crecer que le desgarraban la frente.

Astas que también desgarraron la entrepierna de la madre que no sobrevivió al parto.

—Creo que ya sé cuáles son esas cuatro palabras, Tío Marce, pero antes de decírselas me permito manifestarle mi entusiasmo: ¡qué momento tan potente!

—Tal cual, Pukkas. Y vas a ver que la segunda versión de esa tremenda escena es mejor todavía, porque con Juan Pablo la trabajamos exprimiendo a fondo la información básica. Aquella zona naranja que dice…

¡“El parto fue horrible”!

—¡Bien ahí, Pukkitas, acertaste! Toda tarea creativa con la palabra empieza por saber aplicar diagnósticos similares. Es por ahí que empieza nuestro método. Aunque uno tenga en sí “todos los sueños del mundo”, si no consigue que el lector se meta en esos sueños, por más maravillosos que sean, da lo mismo que los tenga o no. En algún momento te habré dicho que prácticamente todos los primerizos traen al taller textos escritos con un estilo informativo, el mismo que usaste vos en aquel borrador que decía “Era un paisaje marino muy bello”.

—Tal cual, máster. Y usted me hizo ver que eso era apenas un simple concepto. Y sospecho que Arrufat habrá partido del mismo criterio de exprimir la zona naranja para mostrar en una nueva versión lo “horrible” que fue ese parto.

—Juzgalo por vos mismo, que se va la segunda:

Durante el parto, de entre las piernas de la Myriam Cafure salieron, como tanteando el terreno y rasgando y cortando los labios de la vagina ?los gritos de la Myriam se oían hasta en el pueblo vecino?, unas patas de pelo duro y disperso, terminadas en pezuñas de cabra.

Y lo que le salió del todo fue un bicho de esos de los libros de mitología. Le salió, además de con patas de cabra, le salió con cuerpo de humano pero cara de chivo. Una cara de ojos negros y malvados. ¿Y en la cabeza? En la cabeza le asomaban esas como astitas a medio crecer, que a los pocos días ya le desgarraban la frente. Astas que también desgarraron la entrepierna de la madre, quien no sobrevivió al parto.

—Guau, ¡qué parto más horrible! No me hubiera gustado estar ahí, máster.

—Es que realmente estuviste ahí, Pukkas. Y del mismo modo estuvo ahí cualquier buen lector. Y acá viene el porqué, el cómo se hace para mostrar con extraordinaria vividez imágenes, hechos, personajes, climas, retratos psicológicos y situaciones humanas y también inhumanas, y todo lo que vos y cualquier escritor quiera expresar. Y tal herramienta es lo nuevo que incorporaremos a nuestro método.

—Soy todo oídos, maestro.

—¿Por qué vos no convenciste a nadie cuando escribiste “Era un paisaje marino muy bello”?

—Porque a eso le faltaba vida.

—Muy buena respuesta, que nos lleva a otra pregunta: ¿qué es entonces lo que le da vida al texto, Pukkas?

—Supongo que vendría a ser todo aquello que contribuye a involucrar al lector en lo que le queremos mostrar.

—Perfecto, vamos bien. Ahora me gustaría que pensaras en alguna comida que te guste.

—Una pizza a la napolitana, máster. ¿Pero eso qué tiene que ver con lo que estam…?

—… tiene todo que ver, suri porfiado. Cerrá los ojos.

—No me asuste, maestro. ¿Qué pretende usted de mí?

—Dale, Coca, no tengas miedo. Igual esa frase nunca la dijo la Sarli, es un invento. Haceme caso y cerrá los ojos. Así. Muy bien. Ahora respirá tranquilo. Inspirá profundo, pero no inflando el pecho sino la panza. Así. Y ahora soltá el aire…, bien despacio. Y mantenete en ese ritmo de respiración. ¿Escuchás los sonidos del ambiente? Aquel motor lejano… El canto de ese benteveo. El viento frío que llega del mar… y hace temblar apenas las ventanas. El rumor de la compu…

»Notás el peso de tu cuerpo… sobre la silla…, el peso de tus manos en los apoyabrazos. Sentís la espalda… contra el respaldo de la silla. Estás escuchando… el sonido de mi voz. Respirás tranquilo. Sereno… y tranquilo. Y cada palabra que escuchás… te va relajando… te va descansando más… Y cada vez te notás… más descansado… Y ahora empezás a sentir… una sensación de hambre. Más hambre… a cada palabra. Sostenés en la mano una porción de tu pizza favorita…, bien chorreante de queso derretido… y aceite de oliva… y tomate bien jugoso. Y el humito que sale de la pizza te llena la nariz… Y abrís la boca para que te entre la punta deliciosa y crocante de tu porción, que ahora masticás despacio… con todo el placer en la lengua y el paladar. Y ahora te quedás así…, disfrutando el sabor. Así… Vas muy bien. Y ahora, cuando cuente hasta tres, vas a volver despacio… Despacio. Entreabriendo los ojos… Uno. Dos. Tres. Hola, Pukkas, volviste.

—¡¿Epa, maestro, dónde estoy?! ¡Y se me llenó de agua la boca!

—Y a cualquiera de nuestros lectores le pasó lo mismo, tenelo por cierto. ¿Ves cómo las palabras pueden provocar cambios en la mente, y cómo la mente puede provocar cambios en el cuerpo? Lo del poder de las palabras no es ninguna metáfora, Pukkas. Cuando un texto emociona, cuando conmueve por su vividez, es porque seguramente el autor logró alterar, con las palabras justas, el estado de consciencia del lector. ¿Te acordás de aquellas palabras de Stephen King en “Mientras escribo”? La descripción “genera una realidad sensorial para el lector”.

—¡Cierto, máster, yo mismo subrayé esa frase! Y también, por eso de lo sensorial, me acuerdo de una entrevista que usted le dio hace poco a Isaac Basaure, el organizador del Premio Anubis. Abro la compu y se la muestro. Acá está:

Un autor que recién empieza podrá redactar “La comida de mamá es muy rica y me gusta mucho”, y vos recibirás eso como lo que es: una mera y sosa información. Pero viene un John Fante y te dice, en traducción de Antonio-Prometeo Moya: “Las berenjenas al horno me retrotrajeron a la infancia, a cuando estaban a veinticinco centavos la unidad y eran un manjar, maravillas globulares moradas, henchidas de lozanía, semejantes a los tíos ricos de Arabia deseosos de llenarnos el estómago, y tan hermosas que daban ganas de llorar. Los finos filetes de ternera también me dieron ganas de llorar, pero me tragué las lágrimas con ayuda del estupendo vino de las cepas que Angelo Musso tenía al pie de las montañas”.

—Qué gran autor. Desde acá le agradezco a Inti Brugnoni por hacerme descubrir a este genio de John Fante. Y a vos, por haber traído acá ese buen momento de la entrevista. Pero mejor concentrate en algo que le dije a Isaac inmediatamente antes:

Contar desde adentro de la historia hace que el lector se meta en el mundo de tu narración. Prácticamente, se vuelve un personaje más. Si sus sentidos -los ojos de la mente, los dedos de la mente, los oídos de la mente, y así con todos los demás- reciben los mismos estímulos que el mundo exterior les dispara a los sentidos de tus personajes, tené por seguro que él formará parte de ese puñado de gente inventada.

—¡Espectacular, maestro!

—Ahí está la clave de todo el asunto, Pukkas. La próxima seguiremos profundizando en este punto crucial. Por ahora, llevate a tu casa los textos de Rondoletto y de Arrufat, y anotá en los márgenes qué sentidos están siendo estimulados en ellos. Por ejemplo: ¿a qué sentido afecta Cristian cuando escribe “unos dedos invisibles y fríos le atenazan la garganta, igual que las garras de un águila se cierran sobre su presa”?

—Al sentido del tacto.

—Exacto, Pukkas. Y lo mismo pasa cuando Arrufat dice: “Astas que también desgarraron la entrepierna de la madre”.

—Y Fante, en el fragmento que citamos, obviamente bombardea el sentido del gusto.

—¿Seguís dándote cuenta de por dónde van los tiros?

—Sí, Tío Marce. Y también sigo dándome cuenta de que “Con tener talento…

—… no te alcanza”.

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